Mariana Bunimov

Existen tipos de acciones, comúnmente llamadas performance y happening, que se oponen a las artes tradicionales de la pintura y la escultura por el hecho de que la obra no está basada en el objeto sino en el artista y sus actos. Algunas veces se hace recaer dicha acción sobre el público, pasando así del rol pasivo de espectador a la acción directa sobre el objeto dejado en el lugar de la exposición, ocurriendo muchas veces situaciones inesperadas.

Haciendo uso de la estrategia antes descrita, la artista venezolana Mariana Bunimov presentó en el año 2009, en la Décima Bienal de La Habana, su obra “Fortaleza de caviar” o El Morro de la Habana. Utilizando caviar y gelatina logró ensamblar -a la manera de los arquitectónicos pièce montée que hacían los cocineros franceses de la realeza- un modelo a escala de la más importante fortaleza cubana, edificio que actualmente es símbolo nacional y estampa emblemática de la costa cubana. En el siglo XVIII el imperio español se defendió desde allí de la invasión inglesa; muchos años después la fortaleza devino en cuartel y en oficina de los verdugos de la revolución comunista.

Pero en esta ocasión no había pólvora ni sangre sino una bella maqueta de 60 centímetros de altura, que dejaba transparentar más de 300 gramos de caviar Beluga ruso. La estructura, al ser atravesada por la luz del trópico, creaba en el espectador la sensación de estar frente a un lujoso objeto de ónix y cristal, una fantástica pieza de joyería que encapsulaba una realidad ajena y desconocida: caviar, ingrediente que simboliza alto nivel económico o social.

Tradicionalmente el caviar, que puede costar alrededor de siete mil dólares por kilo, es consumido en cantidades obscenas por los nuevos ricos y por los revolucionarios recién llegados al poder. Con la obra, además de la clara ironía política de una temblorosa y lujosa fortaleza caribeña de gelatina,  rellena de un elitesco producto ruso, ocurría un choque con la realidad social de un país marcado por la carestía y el desabastecimiento de los más elementales bienes de consumo.

Después de sortear grandes dificultades técnicas Bunimov dispuso para el día de la inauguración todos los elementos necesarios para que los asistentes degustaran su obra comestible. No había ningún protocolo, sólo se esperaba que el manjar fuese consumido por el público sirviéndose de un par de cuchillos de plata, herencia familiar de la artista, que debían ser usados para untar con la gelatina pequeños rectángulos de pan tostado que se encontraban alrededor de la inestable pieza. La degustación sería acompañada de generosas raciones adicionales de caviar, lo que fue imposible pues las latas que lo contenían simplemente desaparecieron de la mesa,  al igual que los pequeños vasos en los que se serviría vodka ruso. También se robaron los cuchillos de plata con lo cual ocurrió así el happening o la obra en sí misma: sólo quedó la Fortaleza de caviar, que fue devorada, o más bien demolida, de manera algo bestial. Sólo quedó el hambre desnuda mientras que los cuchillos de plata, los vasitos de cristal y las latas de caviar los tomó algún desconocido, probablemente en nombre del pueblo. Tal vez, dado el contexto, no convenía llamarlo robo, sino expropiación.

ALONSO NUÑEZ
31 DE MAYO 2015 – 12:01 AM

@nunezalonso
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